jueves, 18 de abril de 2013

pequeñas notas de otoño


METRO EN HORA PUNTA
Son las ocho y media de la mañana, y me encuentro en la estación de metro Baquedano. Mientras camino rumbo al andén para subir al tren, veo que muchas personas no caminan, sino corren. La meta es lograr subir, a como dé lugar, al tren.
Se abren las puertas del tren, y un río de gente sale. Después de esto, un tsunami de gente entra con fuerza al tren. Una señora, de unos 70 años, dice: “estos no parecen humanos”. Yo intento hacer un comentario a la señora, pero su rostro es ya una respuesta anticipada a lo que no alcanzo a decir.
PARQUE FORESTAL
Las hojas de los árboles, por estas fechas en Santiago, no son verdes sino más bien doradas. Pasear por el Parque Forestal es casi un espectáculo. Corre una ligera corriente de viento, y junta a ellas cientos de hojas la persiguen.
El sol más que un enemigo de verano, ahora es un adorno del día que ofrece su grata compañía. Cuando las nubes toman por asalto el cielo, el día comienza a hacerse corto, y de repente todos quieren irse a casa.
BIBLIOTECA DE PROVIDENCIA
La señora del aseo de la Biblioteca dice con cierto enojo: “los chicos sólo vienen a comer a la biblioteca, ya no vienen a estudiar. Aquí duermen, comen, tienen agua, baño, confort, toalla nova, electricidad… No les falta nada”. Cierto. La biblioteca puede ser para algunos su segunda casa. Aparte de estudiar, está también la conversa con los amigos; el fumarse un pucho cada cierto rato; el almuerzo en la calle; el café de 400 pesos; la ensalada de frutas de 800 pesos que venden en el mercado que esta a lado; la chica que aún no le hablas, pero que ya cruzaste más de una mirada; las peleas por el ruido causado por alguien que –pequeño descuido- olvidó apagar o poner en vibrador el celular; la dulce siestecita sobre la mesa, (siempre y cuando no ronques, ya que la mínima bulla es detectada con facilidad por los demás).

Estas, por ahora, son algunas pequeñas notas de Otoño.

domingo, 10 de marzo de 2013

vendedor part-time



- Y tus vacaciones, ¿qué tal? –me pregunta Sergio.
- Pues, leyendo todo lo que no pude leer el año pasado y claro, también, trabajando –respondo yo.
- ¿Dónde estuviste trabajando, perro?
- En el Portal La Dehesa, como vendedor part-time.
- Eso queda muy arriba y muy lejos de Santiago -comenta Sergio, con cierta mezcla de sorpresa y nausea.

Ahora que me pongo a pensar otra vez, La Dehesa, es otro mundo a comparación del centro de Santiago. O una galaxia diferente a otras comunas de Santiago (La Pintana, Puente Alto, por citar unos ejemplos). No sólo por la distancia o porque está en las faldas de la Cordillera de los Andes, sino más bien por la gente que vive allá arriba y lejos de Santiago. Es gente con un estatus socio-económico alto; high, para los que gustan utilizar vocablos en inglés para describir una situación determinada –que por cierto no son pocos en Santiago.

Esta gente no se moviliza en el Transantiago, odiado por el 99% de la población, y querido sólo por un 1% (los dueños de las empresas de buses). La gente de La Dehesa usa auto, camioneta, bicicleta, patineta, o cualquier otro medio de transporte, pero nunca usa el tan odiado y poco querido, Transantiago. Todos los domingos viajaba una hora y media desde mi casa (Santiago centro) hasta La Dehesa, arrumado como si estuviera en una lata de sardina, junto a varias personas que en más de una oportunidad tuve que soportar un codazo en la espalda o una rodilla en la cabeza, e incluso un toqueteo indecente de una viejita que fácilmente podría ser la esposa del viejito pascuero.

La gente que vive en el sector de La Dehesa no tiene reparos en pagar $200.000 en una visita relajante al supermercado, o pagar $80.000 pesos por un pedazo de tela que después que le caiga una gota de vino tinto, quizás no la vuelva a usar.

Pero, más allá de las lucas que puedan o no tener (lo segundo caso es poco probable), esta gente es relajada. O quizás me equivoque, o mi punto de vista este un poco sesgado, ya que al trabajar como vendedor en un mall, la gente ya llega relajada porque, valgan las verdades, ir de compras es casi tan placentero como una fantasía sexual hecha realidad (de lo contrario, las compras solo se harían por internet, pienso).

Recuerdo que una vez me tocó atender a una señora de cincuenta años, pero por su comportamiento –risas por aquí y risas por allá- parecía de treinta. Hablaba todo el rato por celular. Cuando le di el monto de su compra ($500.000 pesos) parece que no me escucho, o quizás ya estaba acostumbrada a escuchar esos numeritos con varios ceros, poco usuales para un santiaguino promedio. Después me paso su tarjeta red compra. Una vez aprobada la transacción de la venta, le devolví su tarjeta, a la señora de cincuenta años pero que parece de treinta, la tomó y se fue de inmediato. Y esto quizás me hace pensar una vez más que la gente de La Dehesa es tan relajada (y distraída) que hasta se olvida su comprobante de pago por $500.000 pesos.

jueves, 24 de enero de 2013

Carta a un familiar


Querido Primo:
Me acabo de cambiar de casa. La anterior, como te conté, la compartía con cuatro personas, y los conflictos siempre eran los mismos: ponernos de acuerdo para usar la ducha; pelearnos por la cocina; los carretes (fiestas) durante la semana. Aunque debo de precisar que esto último terminaba uniéndonos, y nos hacía olvidar las otras dos cosas.
Ahora vivo en un departamento para mí solo. Quién lo iba a pensar. Yo que siempre viví acompañado de la familia y amigos, sean estos conocidos o desconocidos. La gran ventaja de vivir solo es que nadie te hace levantar en la mañana, pero -al mismo tiempo- la gran desventaja es que como nadie te despierta, puedes llegar tarde al trabajo (me pasó la semana pasada, y ahora ya no me fio de los despertadores).
Al acomodar mis cosas en mi nuevo departamento fui sacando los libros y sin darme cuenta vi que ya tengo algo de treinta y dos libros. Todos de literatura, excepto uno que es de derecho. Una vez terminado esto, instalé el netbook en el escritorio. Todo esto me hizo recordar a tu viaje a Córdoba, Argentina, hace siete años. Te ibas –recuerdo- decidido a terminar tu novela. En tu maleta había solo dos cosas: libros y una máquina de escribir. Necesitabas un espacio y, sobre todo, un ambiente estimulante para escribir. Eso, Lima, no te lo ofrecía.
Recuerdo que no duraste mucho tiempo en la Argentina, las dificultades económicas te hicieron retornar, pero luego me confesaste que ésa no fue la razón, sino más bien fue la nostalgia por el Perú lo que termino haciéndote cambiar de decisión.
En mi caso, no sé si me vine a Santiago para escribir sobre el Perú, con la distancia y a la distancia que uno necesita para escribir algunos recuerdos o historias. Tampoco sé si me vine “a probar suerte”. (La suerte puede ser más una compañía que un norte). Solo sé que me siento bien en Santiago. Me gusta sus árboles gigantes hechos de cemento; el alboroto de su gente antes y después de salir del trabajo; el ruido de sus calles y avenidas; sus peatonales: Ahumada, Estado y Huérfanos; el hormiguero de autos cuando hay fines de semana largos (como el dieciocho de septiembre); su atardecer de verano que parece que alguien hubiera derramado una copa de vino en el cielo; su río Mapocho que más parece una vena sin el cual el corazón de la ciudad no funciona; su cordillera; su vino. Lo único que quizás no me gusta son las filas largas que uno tiene que hacer en los supermercados. Esto aparte de desesperante, da la sensación de estar secuestrado –en cierta forma- voluntariamente. Otra cosa que no me gustaba era encontrar más cajeros automáticos que teléfonos públicos, hasta que abrí una cuenta de banco y compré un celular.
Quizás quieras saber más de Santiago, por ejemplo, cómo son los santiaguinos y las santiaguinas (o cómo es el trato entre chilenos y peruanos), pero de eso ahora no puedo comentarte, prefiero hacerlo en otra carta para así poder explayarme más.
Un abrazo hermano!


sábado, 3 de noviembre de 2012

Al día siguiente de la celebración del Descubrimiento de América (12 de octubre), comenzaba un encuentro de músicos cultivadores de la música andina de Sudamérica, estos músicos, por sus instrumentos, son conocidos como "Lakitas". Hubo bandas de Iquique, La Serena, Santiago y  Buenos Aires. La fiesta se realizó en el Cerro Blanco de Santiago, duro dos días, y los que participamos en dicha fiesta seguimos celebrando de esta fiesta andina, pero en nuestros corazones.


ritual del pago a la pachamama

 noche de bienvenida al 4to. encuentro de música andina, Lakitas

segundo día de fiesta (8:00 a.m.) 

hermanos lakitas de Argentina

Pancha, Pancho y un músico despidiéndose antes de partir

 músico andino


Conversaciones franciscanas


“Uno cocina mejor en su propia cocina”, dice Pancha. Encuentro tan acertada la frase de Pancha, que dejo solo a Francisco a cargo del almuerzo, ya que estamos reunidos en su departamento. Mientras tanto sigo conversando con Pancha sobre el libro de José Ortega y Gasset, “La rebelión de las masas”. Dicho libro, cuando lo leí, en mis tiempos de estudiante de derecho, me gusto mucho, incluso pensé que la sociedad peruana podría ser perfectamente un “hombre-masa”.

Hace poco lo releí atentamente el libro, y encontré cosas que ahora, sinceramente, me causan rubor el no haberme dado cuenta cuando lo leí por primera vez (por ejemplo, cuando don Pepe señala “las masas gozan de los placeres y usan los utensilios inventados por los grupos selectos y que antes sólo éstos usufructuaban”). Ahora bien, si contrastamos este libro con otro, por ejemplo, “La misión de la universidad”, encontraremos muchos puntos acertados, como la crítica a la “especialización” en la formación universitaria, en desmedro de una formación integral que incluya como pieza clave a las humanidades.

Entre comentarios, críticas y risas, llegamos a la conclusión que a Ortega hay que leerlo con atención y cuidado, (y creo que esto se puede extender a cualquier otro autor). Y yo añado, aunque parezca una defensa, que en habla hispana, en las décadas del 20 y 30, Ortega jugó un papel importante en la filosofía, prueba de ello es la fundación de la “Revista de Occidente”, en donde desfilaban muchos autores europeos y sus obras sobre filosofía, política, historia y literatura. Es decir, hizo un aporte en la difusión de ideas, tanto propias como de otros; “La Rebelión de las masas” apenas representa un parte de su obra.

Está, por fin, listo el almuerzo. Dejamos la filosofía y hablamos otros temas. Encuentro exquisitos los tallarines o, quizás, la compañía de dos grandes amigos y la conversación nos hacen olvidar de todo o son un ingrediente más del almuerzo.  

martes, 2 de octubre de 2012

El profesor y Nueva York

Ha pasado más de una hora y me doy cuenta que el profesor no tiene una pauta de su clase. Sólo improvisa y se dispersa, y a ratos se ríe de sí mismo y de los demás. Luego dice “¿hay preguntas?” Pues claro que las hay, pero estas son igual de dispersas que las clases del profesor porque cada estudiante pregunta lo que “más” le interesa, y no preguntan algo que pueda interesar a toda la clase.

La clase está a punto de terminar, y esto puede parecer un gran alivio o una decepción, por las expectativas generadas. Sin embargo, ocurre algo muy extraño, el profesor comienza a recomendarnos una lista de libros para leer. Aquí, al menos, es ordenado y preciso porque justifica cada libro y a su respectivo autor. Destaca lo más importante, y lo relaciona con nuestra clase. La única pregunta que tengo en mi cabeza en este momento es: ¿por qué no comenzó la clase así de claro y ordenado? No obstante, ahora, eso no importa, la lista es buena y salva en algo la alicaída reputación del profesor.

Hoy encontré uno de los libros sugeridos, y miren lo que encontré, una breve, sencilla, y particular forma de hablar sobre una ciudad.

"Es un mito; la ciudad, los cuartos y las ventanas, las calles que escupen vapor; un mito diferente para todos y para cada uno, una cabeza de ídolo con ojos de semáforo, que va haciendo guiños de un verde tierno o de un rojo cínico.

A esta isla –flota en el agua dulce como un témpano diamantino- llámala Nueva York, o dale el nombre que quieras; éste apenas si importa porque quien entra en ella desde la realidad mayor que es cualquier otra parte va sólo en pos de una ciudad, de un lugar donde esconderse, donde perderse o encontrarse a sí mismo, donde construir un sueño en el que pruebas que tal vez, después de todo, no eres un patito feo, sino un ser maravilloso y digno de amor, como lo pensaste cuando te sentabas en el porche frente al cual pasaban los Fords; como lo pensaste cuando planeabas tu búsqueda de una ciudad."

Truman Capote, “Nueva York” (Color local)      


 

jueves, 6 de septiembre de 2012

Escribir Vs. no escribir



Saber que será mala la obra que nunca estará acabada. Peor, empero que ella, será la que nunca se empiece a escribir. La que se inicia queda, al menos, iniciada. Será pobre pero real, como la planta mezquina en la maceta única de mi vecina inválida. Esa planta es su alegría, y a veces también la mía. Lo que escribo, aún sabiendo que es malo, puede sin embargo dar unos momentos de distracción de lo peor a uno u otro espíritu apenado o triste. Eso me basta o no me basta, pero de algún modo sirve, y así es toda la vida.

Fernando Pessoa, Libro del desasosiego.

lunes, 13 de agosto de 2012

Diario educar (fragmento)


Una de la primeras crónicas de este blog está dedicada a Constantino Carvallo Rey (+), filósofo y educador peruano. Después de tres años que vuelvo a tomar su libro "Diario Educar. Tribulaciones de un maestro desarmado",  he encontrado la misma frescura que cuando lo leí por primera vez e, incluso, mucho tiempo atrás, cuando lo escuché por primera vez en una entrevista televisiva (La ventana indiscreta), hace más de ocho años.

El libro, tal como lo indica su título, es el diario de un maestro que, no obstante las adversidades del medio educativo peruano, fue perseverante en su lucha por una educación en libertad, ausente de toda doctrina o dogma. La única manera de conseguir tan noble fin era creando su propio colegio. Y así lo hizo, creó "Los Reyes Rojos" (nombre de un poema de Eguren), en donde los alumnos provenían de diversos sectores sociales, es decir, no había un perfil de postulante cerrado. Tuve conocimiento que pasaron por ese colegio jóvenes de sectores populares (algunos de ellos, años después se destacaron en el fútbol profesional, como es el caso del "foquita farfán").

Hecho este breve esbozo quiero citar un líneas del libro que trata sobre el deporte. Espero que les guste.

"Hay que hacer la diferencia. La educación física por un lado, el deporte por el otro. Porque la educación física puede desarrollar la velocidad, la coordinación o la potencia. El deporte, en cambio, educa la virtud, el carácter, la moralidad.

La moralidad es ley y es, también vigor. Ley significa control, vigor es resistencia. Tener moral es ser capaz de crear y obedecer la ley, someterse voluntariamente a un orden que nos hace verdaderamente libres. Una ley que no es solo el reglamento del deporte, sino la orden que nos damos para controlar la ira o la rabia, el control que tenemos sobre nosotros mismos y que nos permite mantener siempre la atención y la concentración.

Tener resistencia es enfrentar la adversidad sin caer en la desesperanza o la negatividad. La moral es también una fuerza que impide que decaigamos en la lucha, aunque nada permite ya suponer el triunfo. La palabra virtud significa eso: fuerza. Así el deporte no enseña, como difícilmente puede hacerlo el salón de clases, a creer, a tener confianza en los recursos propios, una confianza que, a esa edad, se relaciona directamente con la tolerancia que muestra quienes deben corregirnos el error.

Además, el deportista auténtico ama el obstáculo que lo separa del triunfo. El ciclista sabe que la montaña es lo que le permite alcanzar su fin."

"Diario Educar. Tribulaciones de un maestro desarmado". página 172.







viernes, 10 de agosto de 2012

Una raya más al tigre


No sabía nada de la comunidad nativa de los Boras hasta que salió el escándalo de Chilevisión. Estoy seguro que a muchos peruanos como yo les ha pasado lo mismo con este asunto. Conocemos muy poco el “Perú profundo” hasta que un extraño habla o toca lo nuestro. Y si ese extraño es algún vecino en particular, nos exaltamos. Pregunta: ¿desde cuándo somos fieles defensores de los Boras?

Al margen de la licitud de los comentarios de la gente Chilevisión, todo esto, una vez más, pone de manifiesto nuestra endeble personalidad. Para ir al grano: si alguien de nosotros se burla o mofa de otro (sea bora, aguaruna, quechua, aymara, etc.), a nuestra vista y paciencia, hacemos de la vista gorda o, mejor dicho, nos hacemos los locos. Pero, ¿si es el vecino? Oh sorpresa! Ahí sí cambia el asunto y cambia también el color de nuestro rostro, nos ponemos rojos, verdes, morados, es decir, nos indignamos.

Estoy de acuerdo que hubo una actitud desmesurada por parte de la farándula chilevisionsense con los Boras. Algunos adjetivos utilizados (piojosos, por ejemplo) son poco halagadores, sin embargo, hay que precisar que esto se da en un ámbito informal, por no decir farandulero. No obstante, no la justifica.

Más allá del asunto creo que un mínimo de autocrítica y una pisca de humor, para ambos, no caería nada mal. El mundo no terminan con este hecho, sino más bien debe continuar, como en toda familia.


martes, 7 de agosto de 2012

Un cumpleaños más


Cuando descendí del bus, luego de haber viajado por más de treinta horas, sentí un frío intenso. Eran las cinco de las mañana de un miércoles cinco de agosto. El único recibimiento que tuve fue el invierno santiaguino.

Luego tomé un taxi con dirección al hostal que había reservado antes de viajar. El conductor de inmediato supo que era extranjero, quizás por el acento de mi voz, pensé yo; lo cual no me pareció raro, hasta que pagué una fortuna por la carrera del taxi (meses después comprobé que el hostal estaba cerca y que caminando me salía “a cuenta”).

Han pasado tres años desde aquel entonces. Ahora, cada vez que viajo si bien aún nadie me recibe al menos alguien me despide; ya no tomo taxi, ahora uso bicicleta; el invierno santiaguino ya no lo veo tan cruel, quizás ello sea por aquella lluvia que limpia el cielo y me regala una hermosa vista de la Cordillera de los Andes bañada de nieve. Ya no tomó mucha cerveza ni bailo salsa, pero puedo pasarme toda la noche conversando con una, dos, tres… botellas de vino; ya no hay almuerzo listo a mi llegada del trabajo, ahora yo lo preparo de manera religiosa tres veces a la semana porque es mi técnica de yoga; ya no voy a la “tienda” de la vieja de la esquina, ahora voy al supermercado y ahí me encuentro y converso con mis vecinos sobre fútbol, cocina, farándula.

Todo esto podría parecer imaginación mía, pero es parte de la realidad de mi vida como “santiaguino”. No la odio, pero tampoco la disfruto las veinticuatro horas del día. Hay de todo, hasta para escribir estas líneas sobre mi experiencia en estos tres años en el gran Santiago.