viernes, 16 de marzo de 2012

Mario y los ochenta años de Jorge

Hoy Mario Vargas Llosa está otra vez en el gran Santiago. Cada vez que viene trato de estar presente para escucharlo hablar de literatura, política, historia, y sobre todo de sus recuerdos del Perú. Pero en esta oportunidad el motivo principal de su visita fue el homenaje que organizó el Centro de Estudios Públicos de Santiago al escritor chileno Jorge Edwards por sus 80 años de vida. Por tanto la tarde de hoy estuvo llena de anécdotas, experiencias, ocurrencias, relacionadas a la vida y obra de Jorge Edwards.

Se habló de pintura y literatura; el ensayo y la crónica; museos y conciertos; Europa y América, y otros tantos temas que me es difícil describirlos todos estos aquí. Sin embargo, me quedo con un dato que me llamo mucho la atención. La abuela de Vargas Llosa (Mamae), nació en Tacna, era muy aficionada a la pintura, y tuvo como maestro a Modesto Molina. Este pequeño dato, me hizo sentir –una vez más- un profundo cariño y privilegio de haber nacido en Tacna.

Por primera vez en mi vida tuve la oportunidad de hacerle una pregunta en público a Vargas Llosa –que también fue dirigida a Jorge Edwards. Pero antes de formularla, me vi en la imperiosa necesidad de traer a colación algo relacionado a la Guerra del Pacífico, que consiste en una declaración abierta sobre este trágico hecho para la historia de América Latina, en donde Mario y Jorge y otros intelectuales de Chile y perú manifiestaron su rechazo a ese falso patriotismo que se estaba dando en junio de 1979, con motivo de los 100 años de la Guerra del Pacífico. En resumidas cuentas, estos intelectuales (escritores, artistas, abogados, docentes, etc.) tuvieron el valor y el coraje de denunciar ese chauvinismo que acabo de mencionar, e invocaron la unidad entre Perú y Chile para derrotar a los principales enemigos de una sociedad: el subdesarrollo, la demagogia y el autoritarismo. Obviamente las repercusiones de esta declaración no fueron dulces, sino más bien hubieron rencores propio de mentes ancladas en el pasado y el resentimiento. 

A continuación reproduzco de forma integra dicho documento que fue publicado en el libro “Contra viento y marea (1962-1982)”,  de Vargas Llosa.




Declaración sobre la guerra del pacífico

Hace cien años tuvo lugar entre nuestros países una guerra que causo terribles daños materiales y morales a nuestros pueblos y los empobreció y ensangrentó por razones que muchas veces desconocían o apenas podían entender las humildes poblaciones que fueron víctimas de las batallas y de las violencias y horrores que entraña toda contienda bélica.

Nosotros, intelectuales, artistas y científicos peruanos y chilenos queremos conmemorar este centenario proclamando, ante nuestros respectivos países y ante el mundo, nuestra voluntad de obrar decididamente para que Chile, Perú y todos los pueblos de América vivan siempre en paz y amistad y nunca vuelva a surgir entre nosotros una guerra, en la que no habría vencedores ni vencidos, sino, de ambos lados, una auténtica hecatombe y un mismo retraso en la guerra verdaderamente importante que deben de ganar nuestros pueblos contra el hambre, la ignorancia, la desocupación, la falta de democracia y de libertad. Esta guerra sólo podemos ganarla unidos, luchando solidariamente contra quienes pretenden enemistarnos y obstaculizar nuestro progreso. Los países desarrollados del mundo han olvidado guerras y conflictos mucho más recientes, derrotas humillantes y sangrientas victorias, y han demostrado que pueden fundar una solidaridad concreta, reconstruirse después de una contienda ruinosa y avanzar en común.

No queremos que se reabran viejas heridas o se aticen enconos que conducen a emplear en armamentos recursos que necesitan con urgencia la educación, la salud, la economía y el trabajo y a poner dificultades al retorno a la vida constitucional y democrática que anhelan peruanos y chilenos, por igual, para nuestros países y para toda América Latina.

Hacemos una invocación para que el centenario de este episodio doloroso sirva para robustecer nuestra voluntad de ver desterrados para siempre el odio y la violencia de América Latina. El conocimiento del pasado debe servirnos para impedir que se repita.




Mario Vargas Llosa, escritor.

Mario Alzamora Valdez, jurista.

Fernando de Szyszlo, pintor.

Carlos Monge Casinelli, médico.

Felipe Ortiz de Zevallos, economista.

Harold Griffiths Escardó, sacerdote.

José Miguel Oviedo, profesor y crítico.

Blanca varela, poetisa.

Carlos Rodríguez Saavedra, crítico de arte.

Francisco Miro Quesada, filósofo.

José A. Encinas del Pando, consultor en economía internacional.

Frederick Cooper Llosa, arquitecto.

Lima, junio 1979



Jorge Edwards, escritor.

Nicanor Parra, poeta, matemático.

Luis Sánchez Latorre, escritor, presidente de la sociedad de escritores de Chile.

Roque Esteban Scarpa, escritor.

Beltrán Villegas M., sacerdote.

Edgardo Boeninger K., economista, ex rector Universidad de Chile.

Juan Gomez Millas, filósofo, ex rector Universidad de Chile.

Jaime Castillo V., filósofo y abogado.

Jorge Millas, filósofo, decano de la Universidad Austral.

Joaquín Luco, médico, premio nacional de ciencias.

Igor Saavedra, físico.

Santiago, Junio 1979

sábado, 10 de marzo de 2012

Tacna por diez días (I)




Después de treinta horas de viaje, Santiago-Arica, y una vez cruzada la frontera, estoy de vuelta en Tacna. Mi Tacna querida. Mi hermana Olinda, muy cariñosa y atenta, me recibe en casa con un gran abrazo y un “Ají de Gallina” sobre la mesa. A las pocas horas llega mi hermano Willy con Beto, su hijo menor, y me invitan a dar un pequeño paseo, no exactamente por el centro de la ciudad, sino a cumplir una faena de trabajo. Dado que es una invitación, la acepto con gusto. Con estas pequeñas pero significantes cosas, por fin, siento esa alegría que muchas veces llamamos “calor de familia”.

Al día siguiente, no puedo empezar el día de otra forma que tomar mi bicicleta y dar un paseo por la ciudad. Recorrer su larga avenida Bolognesi, ver sus altas palmeras datileras con sus sueltas hojas, pasear por la alameda, identificar poco a poco algunos lugares (la casa embrujada, la universidad Jorge Basadre, la parroquia Espíritu Santo, etc.), escuchar el sonido estruendoso de los viejos microbuses, entre otras cosas, ya me hacen sentir a Tacna.

Sigo mi paseo y veo que la ciudad está mejor señalizada (al menos en el centro de la ciudad), hay semáforos peatonales, en sí, Tacna, esta mañana, luce hermosa y fresca. Me siento plenamente complacido pasear en bicicleta y notar que casi no ha cambiado nada (salvo los nuevos semáforos).

Al entrar a la calle Arica, rumbo a la universidad Jorge Basadre, veo a uno de mis vecinos de mi barrio, estoy a punto de saludarlo, pero desisto, ya que, por un lado, imagino que a estas horas de la mañana (7:50 a.m.) él está camino a su trabajo y, por otro lado, yo no tengo muchas ganas de conversar, prefiero solo contemplar la ciudad en bicicleta.  

martes, 6 de marzo de 2012

visita al Rey de la Milanesa


Ayer, junto a mis amigos de Bicipaseos Patrimoniales (Nicolas, Claudia, Pamela) tuve la oportunidad de visitar al Rey de la Milanesa del gran Santiago, quien nos dedico parte de su preciado tiempo para hablarnos de su reinado.

Juan Arriagada García viaja en 1974 a Buenos Aires. Uno de los motivos fue el buscar un mejor porvenir, dada la inestabilidad política que se vivía en el país (golpe militar). Trabajó haciendo muchas cosas; comenzó, primero, vendiendo libros, discos, hasta, luego, tener su propio restaurant, que se llamaba “Capablanca” (Juan es un apasionado por el Ajedrez). Para ese entonces (1985), ya estaba con toda su familia en Buenos Aires. Su esposa y compañera de toda la vida, Elena Gajardo, fue quien impulso la idea de ofrecer la famosa “milanesa” al público que concurrían al restaurant, principalmente, personas apasionadas al deporte ciencia.

Es en 1998 en que la familia Arriagada-Gajardo decide regresar a Chile. Esta experiencia –nos cuenta Juan- no fue del todo fácil. Al principio trabajo como garzón, luego, abrió un lubricentro, hasta que finalmente decidió poner un restaurant (2008). Este no tenía un nombre. Fue el amigo de su hijo Francisco quien les sugirió el nombre de “El rey de la milanesa”, ya que cada vez  que visitaba a la familia, disfrutaba de la exquisita milanesa que preparaba doña Elena. Y como era de esperar, el principal plato que se iba a ofrecer en el restaurant iba a ser la Milanesa. Milanesa en sus diferentes presentaciones y tipos: “a caballo” (milanesa con huevos y papas fritas); napolitana (jamón, queso y orégano); káiser (jamón y queso); de pollo, carne, pavo. El cliente puede elegir el que más le guste, el reinado de Juan y Elena, lo complacerá.

El público que visita al Rey de la Milanesa es de lo más variado, incluso, hay muchos argentinos y uruguayos que frecuentan el restaurant, quienes llegan a decir: “aquí los preparan más rico que en la Argentina o el Uruguay”. También, algunos personajes de la televisión chilena han deleitado de la especialidad de las casa, uno de ellos, Ivan Arenas, más conocido como el “Profesor Rossa”.

Con mis amigos pudimos comprobar la fama del restaurant. Una rica  milanesa acompañada con un delicioso puré de papas, y un refrescante jugo, fue suficiente para refrendar los dichos de los clientes.

Hay que destacar también la excelente atención que brinda el restaurante. Amabilidad, cordialidad y exquisitas milanesas, serían las mejores palabras para resumir nuestra visita al Rey (o reinado) de las milanesas del gran Santiago.

viernes, 2 de marzo de 2012

Ganancias versus vocación

Es usual que al momento de elegir una carrera universitaria hagamos un cálculo aproximado de las ganancias que obtendremos al egresar de la carrera escogida. Por ello no debe de sorprendernos la inmensa publicidad de universidades e institutos que te dicen: “sé un profesional de éxito”, en donde aparece una persona de sexo masculino o femenino con traje elegante, con una sonrisa de ganador, en una mano un maletín o documentos y, en la otra mano, un celular o teléfono.
Sin embargo, pocas veces  aparece la realidad de los egresados: muchos están desempleados; otros, trabajando en algo distinto a lo estudiado; algunos, ejerciendo la carrera propiamente tal, pero sin satisfacción. Todo ello puede resumirse con la siguiente idea, muchos estudian por estudiar, sin tener en cuenta su verdadera vocación. Los motivos que conllevan a esta frustrante situación, son: padres que eligen la carrera de los hijos; hijos que eligen la carrera en función de las ganancias futuras; y, quizás, simplemente, hay una mala elección, que por cierto se puede corregir, siempre y cuando la decisión equivocada haya sido de uno mismo.

Yo –es cierto- elegí estudiar derecho por vocación familiar. Sin embargo, logré terminar la carrera porque casi a la mitad de la misma descubrí que aquel universo llamado derecho era lo mío. O, mejor dicho, me di cuenta que yo podía adecuar ese universo a mis intereses, ilusiones, expectativas, deseos, dada la plasticidad y flexibilidad del derecho. Todo lo que leía fuera de las aulas universitarias, me gustaba más que aquellas clases monótonas de mis profesores (salvo excepciones) y, por una extraña coincidencia, esas lecturas estaban relacionadas al derecho: historia, filosofía, literatura, y un pequeño etcétera.

Y cuando terminé la carrera, me dije a mismo -casi con un tono a promesa- voy a dedicarme al estudio del derecho y las humanidades. La docencia era mi mejor alternativa. Luego, me puse a ver el tema de los frejoles (ganancias).

Creo que tuve que venirme hasta Chile para ejercer mi vocación y mi profesión (profesar como profesor). En Tacna el panorama no era estimulante. Era casi lo contrario: un mundo académico en donde docencia universitaria es una actividad secundaria; escazas bibliotecas, no solo de libros de derecho si no -también- de historia, literatura, y un pequeño etcétera.

Es verdad que gano poco, quizás me privo de muchos lujos, pero puedo vivir contento. Mis lujos son poquísimos pero gratificantes y placenteros: leer un buen libro; cocinar algo rico con lo más variado del mercado; beber una copa de vino tinto; pasear en bicicleta sin el menor apuro; conversar con mis amigos y amigas; y, ahora último, ir a bailar a una salsoteca (“La maestra vida”). Con estos pequeños lujos, hermana, el cuerpo y el alma siempre son felices.