jueves, 24 de enero de 2013

Carta a un familiar


Querido Primo:
Me acabo de cambiar de casa. La anterior, como te conté, la compartía con cuatro personas, y los conflictos siempre eran los mismos: ponernos de acuerdo para usar la ducha; pelearnos por la cocina; los carretes (fiestas) durante la semana. Aunque debo de precisar que esto último terminaba uniéndonos, y nos hacía olvidar las otras dos cosas.
Ahora vivo en un departamento para mí solo. Quién lo iba a pensar. Yo que siempre viví acompañado de la familia y amigos, sean estos conocidos o desconocidos. La gran ventaja de vivir solo es que nadie te hace levantar en la mañana, pero -al mismo tiempo- la gran desventaja es que como nadie te despierta, puedes llegar tarde al trabajo (me pasó la semana pasada, y ahora ya no me fio de los despertadores).
Al acomodar mis cosas en mi nuevo departamento fui sacando los libros y sin darme cuenta vi que ya tengo algo de treinta y dos libros. Todos de literatura, excepto uno que es de derecho. Una vez terminado esto, instalé el netbook en el escritorio. Todo esto me hizo recordar a tu viaje a Córdoba, Argentina, hace siete años. Te ibas –recuerdo- decidido a terminar tu novela. En tu maleta había solo dos cosas: libros y una máquina de escribir. Necesitabas un espacio y, sobre todo, un ambiente estimulante para escribir. Eso, Lima, no te lo ofrecía.
Recuerdo que no duraste mucho tiempo en la Argentina, las dificultades económicas te hicieron retornar, pero luego me confesaste que ésa no fue la razón, sino más bien fue la nostalgia por el Perú lo que termino haciéndote cambiar de decisión.
En mi caso, no sé si me vine a Santiago para escribir sobre el Perú, con la distancia y a la distancia que uno necesita para escribir algunos recuerdos o historias. Tampoco sé si me vine “a probar suerte”. (La suerte puede ser más una compañía que un norte). Solo sé que me siento bien en Santiago. Me gusta sus árboles gigantes hechos de cemento; el alboroto de su gente antes y después de salir del trabajo; el ruido de sus calles y avenidas; sus peatonales: Ahumada, Estado y Huérfanos; el hormiguero de autos cuando hay fines de semana largos (como el dieciocho de septiembre); su atardecer de verano que parece que alguien hubiera derramado una copa de vino en el cielo; su río Mapocho que más parece una vena sin el cual el corazón de la ciudad no funciona; su cordillera; su vino. Lo único que quizás no me gusta son las filas largas que uno tiene que hacer en los supermercados. Esto aparte de desesperante, da la sensación de estar secuestrado –en cierta forma- voluntariamente. Otra cosa que no me gustaba era encontrar más cajeros automáticos que teléfonos públicos, hasta que abrí una cuenta de banco y compré un celular.
Quizás quieras saber más de Santiago, por ejemplo, cómo son los santiaguinos y las santiaguinas (o cómo es el trato entre chilenos y peruanos), pero de eso ahora no puedo comentarte, prefiero hacerlo en otra carta para así poder explayarme más.
Un abrazo hermano!