La película Taxi Driver (1976) del director Martin
Scorsese podría ser la representación de una ciudad agitada, caótica, que se
mantiene –contradictoriamente– gracias a ese caos inherente a ella.
Pero la película va más allá
de una simple confirmación de los hechos. Pues trata de captar un Nueva York
desde la perspectiva de un taxista. Gracias a ésta persona, un taxista de
nombre Travis (Robert De Niro), podemos acercarnos a un Nueva York nocturno, sonámbulo,
alegre y peligroso. Creo que no hubiera podido ser de otro modo, pues que otro mejor
testimonio que la de un taxista, exento de obligaciones estatales, desprevenido
de algunos prejuicios, que interactúa con todo tipo de personas (malhechores, políticos,
asesinos, prostitutas, etcétera).
La historia de la película
nos habla de un excombatiente que luchó en Vietnam, y que sufre de insomnio y
esto prácticamente lo obliga a trabajar de taxista. Cada noche, Travis,
mientras maneja, desea que venga un río para que se lleve toda la delincuencia,
la prostitución, la drogadicción, que hay en la ciudad. Pero curiosamente el
taxista también forma parte de este panorama, porque es él quien traslada de un
lugar a otro al asesino, al político, a la prostituta.
La película hace un primer
viraje de este panorama sombrío hacía otro más optimista y agradable. Y es
cuando entra en escena Betsy (Cybill Shepherd), una bella mujer, que trabaja en
una campaña presidencial. En esta parte se tejen algunos momentos íntimos, y
también bruscos. Pues Travis expresa su simpatía y gusto a la belleza de Betsy.
Ella, un poco sorprendida, pero también alagada, acepta salir con Travis. En
una de las salidas, Betsy, desistirá salir más con Travis, dado sus gustos –poco
comunes– para ver películas.
Otro viraje que hace el
taxista es cuando conoce a Iris (Judie Foster), una adolescente que trabaja
como prostituta en la gran manzana, cuyo cafiche (proxeneta) la tiene enamorada,
(romance traducido en drogas). Aquí podríamos decir que la película toma un
ritmo diferente, porque Travis cambia aquella actitud observadora que tenía antes
por la de un justiciero dispuesto a hacer cualquier cosa.
En esta película también hay escenas
que transcurren de día, a plena luz del sol. Es ahí es donde vemos un Nueva
York ordenado casi pacífico que nos indica cierta normalidad cotidiana. En estas
escenas podemos ver un contraste entre un Nueva York nocturno y un Nueva York de
día. El primero es violento y caótico; el segundo, bullicioso y vulnerable a la
más mínima amenaza. En el primero, las vidas anónimas cobran sentido; en el
segundo, cualquiera es sospechoso de algo.
La última parte de la
película es violenta, pero hay algo que no se puede escapar fácilmente de los
ojos del espectador. Y me estoy refiriendo a la irrupción de Travis armado en
aquel lugar en donde se efectuaba la prostitución –en rigor no es un motel pero
cumple esa función– constituye una interrupción a aquel caos nocturno en donde
además de prostitución hay más cosas (asesinatos, asaltos, etc.). Podría
decirse que Travis rompe aquella “normalidad” de la noche, con el propósito de,
¿rescatar a Iris de las manos de un pedófilo?, ¿hacer justicia con sus propias
manos, ya que nunca llegó aquel río para limpiarlo todo?, ¿una revancha en
vista que no pudo matar al senador candidato a la presidencia, porque Travis fue
descubierto por los guardias?
Creo que cada espectador podrá
responder de la mejor manera esas preguntas. Sin embargo, algo que no se puede
soslayar es que fue Travis quien llegó primero al lugar de los hechos. Además,
fue él quien actuó primero, y no tanto la policía ni los políticos. Y menos los
medios de comunicación. Estos llegaron –como siempre– último, a certificar lo
ocurrido y a levantar el acta del crimen. Es más, no sólo llegaron tarde,
cumplieron la labor patética de calificar a Travis como un “héroe” (¿lo habrían
calificado como tal en otra circunstancia?).