miércoles, 19 de octubre de 2011

los libros del gran Santiago


Antes de llegar al gran Santiago yo conocía muy poco de la literatura peruana, solo por el nombre de los autores y los títulos de sus novelas. Ha sido aquí en el gran Santiago en donde he podido conocer la literatura peruana (y también historia), todo gracias a sus bibliotecas.
La primera vez que encontré libros para el público fue en un parque, en una denominada “biblio-plaza”, en donde cualquier persona puede tomar prestado un libro o un diario sin pagar un peso. Y, para mi buena suerte, el encargado se hizo mi amigo. Se llamaba Sergio, era una persona algo mayor que yo, y con muchos conocimientos sobre historia y literatura chilena, por lo que aprendí mucho de las conversaciones que tuve con él.
La siguiente oportunidad que me tope con una biblioteca fue en mi primer invierno santiaguino (2009), andaba por el Parque Forestal y la lluvia me pesco. Menos mal andaba con paraguas. En este parque inmenso, lleno de árboles, encontré una casa que parecía una oficina, pero al acercarme a la fachada, decía: “Café Literario Balmaceda”. Al ingresar, grande fue mi sorpresa el encontrar varios estantes llenos de libros, y eso no era todo, los estantes eran abiertos al público, es decir, una persona podía escoger los libros que deseaba leer. No podía creerlo. Lo primero que hice fue darle un vistazo muy general a la biblioteca y luego tome un libro de poesía: El libro deL desasosiego, de F. Pessoa.
Después de estas dos experiencias pude encontrar otras más, las que -desde luego- ya no me impactaron, no porque no tengan importancia sino porque comprendí que la difusión de la cultura y la lectura en Chile es algo institucionalizado; cosa casi totalmente distinta en Perú, en donde para poder consultar un libro en una biblioteca pública, previamente, hay que ser socio, como si fuera un club privado, y no un lugar público para todas las personas con sedientas de saber. Así entonces, encontré bibliotecas en el metro, otra cerca de mi casa, etc. tanto así que las bibliotecas se han convertido en mi segundo hogar, ahí siempre hay alguien esperando y alguién con quien hablar.

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