viernes, 18 de marzo de 2011

EFECTO TRANSANTIAGO (SEGUNDA PARTE)

Después de un mes de haber llegado al Gran Santiago (septiembre, 2009), pude comprarme una bicicleta marca china, color roja, modelo montañera. Con esto mi vida cambio casi por completo. La bicicleta no sólo me permitía movilizarme por la ciudad, sino, también, pasear por comunas que no conocía en ese entonces (Recoleta, La Florida, Quinta Normal, etc.). En sí fue –y sigue siéndolo- una gran experiencia. De la casa al trabajo, del trabajo a la universidad, de la universidad a la casa, de la casa al Mercado La Vega. En algunos casos me iba a carretear en bicicleta, claro está, evitaba excederme en las copas.
Estamos en marzo, y el frío ya comienza a hacerse sentir en el Gran Santiago. Las hojas de los árboles comienzan a caer y exhibir  su color dorado. Y así también, comienzan los resfríos por el cambio de clima. Y eso es lo que me pasó hace más de una semana. Me resfríe, “sin querer queriendo”. Como buen paciente hice lo que no tenía que hacer: comer carne de pescado y cerdo, ají, tomar vino, (soy un genio). Tuve que recibir mis indicaciones médicas desde Perú, de lo contrario aún estaría en cama (gracias Dra. Reina).
Todos estos días que estaba resfriado me he movilizado en las micros del Transantiago. Y algo sorprendente pasó. Si bien me demoraba más en llegar a mi destino (trabajo o estudio), podía leer, y no solo eso, podía ver el paisaje urbanístico de Ñuñoa, comuna en donde actualmente vivo, el Centro de Santiago, y sobre todo –de vez en cuando- conversar con la gente, algo que difícilmente puede suceder en el Metro. Además de ello, podía disfrutar de las encantadoras melodías que ofrecían a los pasajeros cuan músico subía a la micro, noté que, y esto me recordaba a Lima, que cuando subía un músico tocaba una zampoña, una quena, una charango o una guitarra; aquí en Santiago los músicos tocan un violín, un saxofón, un clarinete, y claro -también- una guitarra. Más allá de los instrumentos, que en sí son sólo eso “instrumentos”, lo importante es la música que ofrece un músico callejero de manera gratis o una moneda a los pasajeros. Viajar así –me dije a mi mismo- vale la pena (ojalá algún día haya músicos en el Metro, para que la gente no ande muy pensativa por no decir muy tensa).
Hoy, ya sin resfrío, tomé la bici y me fui rumbo a la Universidad, y me sentí libre, autónomo, dueño de mi tiempo. Pero, al mismo tiempo, debo decir que en las micros aprendía a conocer más a los santiaguinos.
Antes de terminar, quisiera compartir una canción: “A primera vista” (Pedro Aznar).


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