sábado, 19 de julio de 2014

Algo sobre On the Road

 El cuatro de julio, yo y Allison, organizamos una fiesta en la casa. El motivo: el día de la independencia de los Estados Unidos. La idea fue de Allison, yo lo único que hice fue apoyar aquella idea, porque siempre hay más de un motivo para hacer una fiesta, y quizás el motivo más importante es ver a nuestros viejos amigos.
Aquel dia cuando llegué a la fiesta, ésta ya había empezado. Y, como en toda fiesta, llega un momento en que a uno le da la impresión que todos hablan con todos. En esta ocasión, fácilmente, se mezclaba, el inglés con el español. Algunos gringos hablando español, algunos chilenos hablando inglés. No obstante la diferencia idiomática, más de uno se las ingenió para comunicarse, o mejor dicho, para hacerse entender con la otra persona (incluso apelando a recursos efectivos como el conquistar a la otra persona).

Recuerdo que ese día sonó tres canciones de The Doors: el encendido Light my fire; la casi psicodélica LA woman; y Riders on the storm.




En mis más de treinta años debo decir que no conozco mucho sobre Jim Morrison y menos se sobre los demás integrantes de aquella banda, tanto es así que por un momento pensé que ellos eran de Inglaterra. Ignorancia, hoy, superada. The Doors es de los Estados Unidos. Luego, y esto es una curiosidad de parte mía, encontré otras cosas mas: Jim además de hacer música escribió poesía; murió muy joven (la mayoría dice por una sobre dosis); fue un lector de Jack Kerouac, poeta beat, fue el primero quien empleo la palabra beat para hacer una referencia a un cambio en la literatura norteamericana, o al cambio que él junto a otros escritores (entre ellos, Allen Ginsberg) estaban realizando a la literatura.

Más temprano que tarde, On the Road de Kerouac llegó a mis manos. El libro lo encontré a tres cuadras de mi casa. El libro no lo estoy leyendo en el idioma original (inglés) sino en una traducción al español de la editorial Anagrama. El traductor, Martín Lendínez, no obstante de adaptarlo a un español madrileño o al español que uno escucha en TVE, logra captar casi todas las emociones del libro, porque desde las primeras páginas uno ya es capturado por la prosa de Kerouac. Es más, uno, no necesita hacer mucho esfuerzo para seguir o captar las imágenes que el autor va desarrollando o mencionando. Hago esta referencia porque el mismo Kerouac cuando publico por primera vez esta novela (1957), era dificil de entender para los mismo lectores de habla inglesa.

En las primeras paginas de On the Road encontramos lo siguiente: “Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente nunca bosteza no habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz y todo el mundo suelta un <>”.
Cuando vuelvo a escuchar LA Woman es casi como tener la misma sensación de estar leyendo On the Road, y quizás esto sea algo nuevo que voy descubriendo de The Doors.




domingo, 27 de abril de 2014

Se fue la tesis



Exactamente no sé cuántos libros haya leído para hacer mi tesis de magíster. Creo que fueron pocos (menos de los que figuran en la foto). Lo cierto es que releí bastante esos pocos libros. También conversé mucho con los amigos sobre la tesis. Cada conversación, indirectamente, me ayudaba a aclarar mis ideas, y en el mejor de los casos despejar dudas. Creo, sí, que la tesis pueda que tenga un autor, pero ésta está hecha por muchas personas.

Así como hay libros también hay otras cosas que acompañan en el largo -y a veces penoso- camino de la tesis, una de esas cosas es la música. Podría destacar a Lou Reed, y el siguiente tema:



Pd.- Aunque ya lo haya dicho, en varias ocasiones, debo agradecer a: a los amigos, a la ñusta, a la familia, los camaradas, a los bibliotecarios, a las secretarias, a los profes, a los correctores, a los evaluadores...

jueves, 26 de diciembre de 2013



Todo viajero siempre ha deseado llevar un ligero equipaje para evitar un dolor de espalda o para no pagar sobre peso. Ante esto, cabe preguntarse, ¿qué llevar y qué no llevar? Uno comienza con lo más básico (cepillo de dientes, desodorante, calcetines, etc.), y luego termina llevando casi todo el armario.

Inicialmente mi equipaje era una pequeña mochila (una que uso para ir a la universidad). Todo comenzó con querer llevar dos botellas de vino blanco (ideal para estas fiestas de fin de año). Luego, vino la ropa, los libros, la música, algunos regalos, hasta que me di cuenta –ya muy tarde- que me faltaba espacio para más cosas, y terminé con una mochila de “mochilero” que viaja a dedo.

Una vez en el aeropuerto de Santiago escucho diferentes idiomas: inglés, francés, portugués, alemán, chino; veo carritos de tres ruedas por todos lares; veo gente buscando gente; veo cafés con mesas vacías; veo tiendas que venden regalos; veo teléfonos monederos; veo cajeros automáticos.
Ya en la sala de espera la gente no la pasa tan mal, todos conversan o si no duermen. Creo que más de uno está predispuesto para la conversación, (o al menos ése día y a ésa hora así lo estuvo).

-         Hola, ¿a qué hora sale tu vuelo?
-         Dentro de dos horas y media (2:30 a.m.)
-         ¿Y el tuyo?
-         En media hora.
-         Maldito!

Se llama Silvana, es de Colombia, tiene 23 años, y me dice que no le gustó Santiago, y ahora se va a la Argentina a recoger sus cosas para luego irse a Colombia.

-         ¿Y carreteaste?
-         ¿Qué es eso?
-         Salir de fiesta, música, baile (aunque se baila poco a diferencia de Perú y Colombia), cerveza, buena conversa y más cosas.
-         No pude ir a carretear. Mi prima llegaba muy cansada a la casa después de su trabajo.
-         Ahí está el problema. Santiago es una invitación para hacer algo mejor que dormir. Por lo general, esta ciudad vive de noche -le digo.

Mientras conversamos, veo de reojo a mí alrededor y todos siguen conversando, otros durmiendo. En sí, todos la pasan bien. El aeropuerto es un lugar para hacer muchas cosas. No tanto porque uno así lo quiera, sino porque de lo contrario uno se aburre (Silvana me dice que cuando se le terminó la batería del celular, comenzó a sentir más largas las horas).

Es hora de hacer el “check in”, y luego tengo que hacer una fila para que registren mi equipaje. Tuve que esperar casi cuarenta minutos para que me tocara mi turno, y como aquí no puedes hablar ni dormir, los minutos se hacen largos. Una vez entregado mi equipaje, sentí un gran alivio, pero creo que no debí cantar victoria, porque luego tuve que hacer otras dos interminables filas: una para la revisión del equipaje de mano, y otra para abordar el avión.

Una vez sentado en el avión (¡por fin!) todo parece caminar solo. La gente acomoda su equipaje de mano; otros se ponen a leer la revista que está delante del asiento; las azafatas, siempre tan hermosas, no dejan de sonreír a los pasajeros.
Miro por la ventana y hay más gente. Pero no exactamente viajeros. Son las personas que suben nuestros pesados equipajes; otros están llenando el tanque de combustible del avión; también hay carritos que tienen una luz de sirena color naranja, y que andan de un lugar a otro.

El avión despega lentamente, y yo comienzo a sentir cosquillas en el estómago. Quizás sea porque viajo después de doce años en avión. Se eleva el avión. Me cuesta saber que estoy volando, menos mal que ya no se me cruza por la mente aquella terrorífica idea de que existe la probabilidad que el avión haga una viaje sin retorno.

Antes de que se eleve del todo puedo ver el gran Santiago. Encuentro un agrado especial ver a la ciudad sin su bulla habitual (la bocina de los autos, los motores de los carros, las sirenas de las ambulancias). Ahora sólo veo cientos, miles, quizás millones de luces que dibujan, algo así, como una gran isla en llamas. Y desde aquí trato de buscar la casa de la Ñusta.

Si el bajar del bus es lento, descender del avión es casi eterno. Todos quieren salir primero, y quizás por eso mismo la fila no avanza.

Son las 4:15 a.m. y en el aeropuerto de Arica no hay gente hablando diferentes idiomas; no hay gente durmiendo en el suelo. Hay menos gente conversando y pasándola bien. Aquí las únicas personas son los familiares que vienen a recoger a los suyos, y no hablan otro idioma que sea el español. Ah, también hay muchos taxistas (“a tres lucas a Arica”).

Han pasado más de dos horas y yo sigo en el Aeropuerto. Ya no hay más pasajeros, tampoco hay taxistas. Creo que las únicas personas que hay en el aeropuerto, son: el personal de una aerolínea, una señora y una chica de una cafetería, y yo tomando chocolate caliente.

Comienza a amanecer, y me doy cuenta que después de mucho tiempo que contemplo un amanecer, sin alcohol. Y un amanecer en el Aeropuerto de Arica, es casi una tarjeta postal, por la mezcla de colores que hay en el cielo (azul, naranja, amarillo, rojo rojizo), por el imponente Morro de Arica, por esas nubes que se ven muy lejos; por esos cerros de arena.

Llega mi taxi, y el conductor sube mi equipaje. Ahora mi destino es otro lugar. Uno en donde se mezcla mis recuerdos de niñez, las interminables conversaciones con los amigos; y los almuerzos familiares. Ése lugar se llama Tacna. 

lunes, 21 de octubre de 2013

"despeinar a la academia"



"Una ruptura un tanto de lo cotidiano es una introducción a la fiesta".
R. Barthes

Los congresos estudiantiles siempre han sido una buena instancia para actualizarse de lo que se viene discutiendo en una determinada área del conocimiento. Al mismo tiempo, un congreso es la excusa perfecta para hacer un viaje de turismo y para beber, bailar, en bares o discotecas que difícilmente uno podría encontrar en su lugar de origen. Los congresos sirven para todo; el mero hecho de viajar justifica la elección.

Pero también los congresos académicos pueden ser instancias para legitimar un tipo de saber. Es decir, un congreso puede convertirse en un mecanismo para legitimar discursos y prácticas institucionalizadas, cuando debería ser todo lo contrario: ponerlas en cuestión. No está demás decir que en cada congreso hay una estructura definida, en donde se eligen “temas importantes o relevantes para la disciplina”. Y por si fuera poco, se invita a connotados académicos para que puedan dar luces sobre dichos temas, y éstos mientras vengan de lugares más alejados, mejor. Me pregunto, ¿a quién le damos la palabra, y a quién la quitamos?, ¿qué temas tratamos, o sobre quienes hablamos?

Esta descripción corresponde al congreso promedio que abunda en el ambiente de la academia. Afortunadamente, hay otro tipo de congresos, y éstos prefieren una denominación más simple y menos ambiciosa: jornada, seminario, encuentro, taller, etcétera. Aquí las reglas se alteran, y se eliminan formalismos innecesarios, y quizás con eso ya se hace mucho, porque nos brinda la posibilidad de ver que otras instancias son posibles.

Acabo de participar a uno de estos congresos. Me invitaron, sin anticiparme lo suficiente de la dinámica del seminario (Felipe, organizador del seminario,solo me dijo: "queremos despeinar a la academia"). Cuando llegué había prácticamente una fiesta, y eso era apenas el coffee break. En las mesas de discusión se prescindió de los títulos académicos con el propósito de hablar de tú a tú, y no de “estimado doctor” a “estimado estudiante”. Hubo algunas cosas pequeñas y curiosas como por ejemplo la presencia de una botella de pisco sour helada, algo propicio para la tarde calurosa que se comienza a sentir por estos días en Santiago.

Cuando me tocó intervenir, por respeto al público evité leer la totalidad de mi trabajo. Sólo plantee el tema, y las ideas centrales, para que a partir de ahí se tejiera un dialogo. Y vaya que sí la hubo.
Los organizadores me comentaron que organizar este seminario, con esta particular dinámica, fue prácticamente arriesgarse. Arriesgarse de que viniera poco público, o que la respuesta del público no sea la esperada. Pero ni lo uno ni lo otro ocurrió. Hubo mucha concurrencia y amplia aceptación.
Ojalá hubieran más de este tipo de seminarios, y así la academia estaría más relajada para pensar.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Dos días y medio



En el anterior post señalé que sí existe un paraíso, y ese se llama “Playa Ensenada”. En este post no quisiera hablar de la playa en sí. Me gustaría contarles cómo llegué y qué hice en este pequeño paraíso.

Vicente, amigo y compañero de estudios, en el verano me invitó, junto a otros amigos, a pasar unos días en su casa que está en la playa Ensenada. Por diferentes circunstancias -o planes que cada uno tenía- no fuimos a la playa. Este mes, nuevamente, Vicente nos hizo la invitación para ir a la playa. El motivo: su cumpleaños número 27. Sin pensarlo dos veces acepté la invitación.

Además de querer compartir un momento de diversión, como es el cumpleaños de un amigo, debo de confesar que tenía unas ganas enormes de salir de la ciudad. Quería “desconectarme”. Pues mis días no solo se habían vuelto rutinarios, si no también me estaban consumiendo de a pocos. Esta rutina no consistía en tener un horario fijo de entrada y salida del trabajo –que no es tan grave, o motivo suficiente para alarmarse-. Mi rutina era tener muchas cosas en distintos lugares, y en diferentes horarios. Momentos para la lectura o escuchar música eran desplazados por la urgencias laborales.

Salir de Santiago por la autopista era un gran alivio. Justo a esa hora (6:00 p.m.) había un “taco” (congestión vehícular), por lo que salir de Santiago fue lento, y no doloroso, porque esa lentitud hacía que yo esté  muy consciente de que me estaba alejando, poco a poco, del gran Santiago.

Ya en la casa de Vicente, no está demás preguntarse ¿cuál es el plato infaltable para un cumpleañero, como Vicente, una persona además de ser muy trabajador y amiguero, es extremadamente cortes con los amigos? Pues un delicioso asado. Y vaya que si los hubo, y no faltó nada aquel fin de semana.

Yo había decidido comportarme moderadamente con el delicioso vino tinto. Es decir, bajar mi consumo promedio de dos botellas de vino a una. Y creo que lo cumplí, ya que al día siguiente, al pasear por la cocina o el living o la terraza, yo era prácticamente el único a esas horas. Varios de las personas comenzaban a desfilar después de las 11:00 a.m.   Yo minutos antes de las ocho ya estaba de pie y con una taza de té caliente en la mano frente al mar.

Estar en la terraza de la casa de Vicente me brindaba una cita con el mar. Mirar el horizonte era prácticamente perderse en él. Ver a las gaviotas, ver las rocas, y respirar la brisa del mar era prácticamente embriagarme de naturaleza. El único lenguaje era el silencio, o mejor dicho los sonidos de las olas.

Fueron dos días y medio cerca del mar, y sentirme como siempre hubiera estado aquí, sólo que me había ausentado un momento para ir a comprar pan a la ciudad y me demoré más de lo debido.

Recuerdo que en una conversación con un amigo, sobre las bondades de este paraíso, llegamos a la sana conclusión de que proponerse escribir aquí, y no poder lograrlo, es imposible. En ese sentido, me animé a tomar lápiz y papel. El resultado es lo que sigue:

Sábado 07 de septiembre
“El verano tardó, pero llegó”.
“Qué trataran de decirme las olas que nunca se cansan de decírmelo”.
“Las rocas bañadas por las olas revelan la fragilidad de mis ojos”.

Domingo 08 de septiembre
“El viento del mar, qué más hermoso. Juega con todo lo que se le cruza, juega con las olas, las gaviotas, la arena, las plantas, y hasta conmigo”.

Ahora que estoy en el gran Santiago, afortunadamente, aun no del todo sobre la rutina, encontré un maravilloso libro cuya temática es el mar. Es el primer libro de poemas de Rafael Alberti (1902-1999) que se llama “Marinero en tierra” (1924). Ahora que estoy lejos del mar, me identifico con el siguiente fragmento:


“Si mi voz muriera en tierra
Llevadla al nivel del mar
Y dejadla en la rivera”.
Rafael Alberti

jueves, 12 de septiembre de 2013

Instituto Ensenada

Si existe algo así como un paraíso terrenal, pues se llama "Playa Ensenada", o para algunos "Instituto Ensenada".



sábado, 31 de agosto de 2013

Diez de la mañana



Levantarse de la cama a las ocho de la mañana, un día sábado, ya es un acto heroico. Ducharse, desayunar, lavar la loza (platos)... también lo es. Pues tuve que hacer todo esto para estar a las diez de la mañana en punto en la Biblioteca Municipal de Providencia, ya que si llego tarde, pues me quedo sin asiento para trabajar en la obra.

Ahora me encuentro en la Biblioteca intentando terminar la obra. Solo veo: paredes, mesas, luces, libros, sillas, computadores, baños, revistas, diarios, botellas de agua, relojes, letreros que dicen "silencio", teléfonos, niños, ancianos, adultos, jóvenes...

Ay! Esta obra siempre comienza, continua, interrumpe, entrampa, paraliza, avanza, pierde, encuentra, recupera, corre, sigue, descansa, y nunca termina...

Esta obra parece piedra, barro, masa, madera, metal, arena, cemento, plástico... a veces, es pasiva, otras, activa. Pero cuando quiere se vuelve rebelde, y "te domina como una mujer"...

La calma, el silencio, la serenidad, la astucia, la habilidad.... ¿dónde están?, ¿o será acaso que todo este tiempo han ido dominando poco a poco a la obra?

jueves, 18 de julio de 2013

SANTIAGO

Podría llamarla la ciudad del vino,
Podría llamarla la ciudad de la cordillera,
Podría llamarla otoño.
Esta ciudad siempre está desnuda,
Y nunca te pide algo a cambio.
Te come y te vomita,
Te acaricia y te ama.
Puedes nacer de verdad en esta ciudad,
Puedes estar siempre solo con Santiago.

Bolsillos y zapatos

A veces llegamos hasta donde llegan nuestros bolsillos,
Y las puertas se cierran antes de tocarlas.
Otras veces llegamos hasta donde llegan nuestros zapatos
Y ya no podemos regresar ni avanzar.