Es usual que al momento de elegir una carrera universitaria hagamos un cálculo aproximado de las ganancias que obtendremos al egresar de la carrera escogida. Por ello no debe de sorprendernos la inmensa publicidad de universidades e institutos que te dicen: “sé un profesional de éxito”, en donde aparece una persona de sexo masculino o femenino con traje elegante, con una sonrisa de ganador, en una mano un maletín o documentos y, en la otra mano, un celular o teléfono.
Sin embargo, pocas veces aparece la realidad de los egresados: muchos están desempleados; otros, trabajando en algo distinto a lo estudiado; algunos, ejerciendo la carrera propiamente tal, pero sin satisfacción. Todo ello puede resumirse con la siguiente idea, muchos estudian por estudiar, sin tener en cuenta su verdadera vocación. Los motivos que conllevan a esta frustrante situación, son: padres que eligen la carrera de los hijos; hijos que eligen la carrera en función de las ganancias futuras; y, quizás, simplemente, hay una mala elección, que por cierto se puede corregir, siempre y cuando la decisión equivocada haya sido de uno mismo.
Yo –es cierto- elegí estudiar derecho por vocación familiar. Sin embargo, logré terminar la carrera porque casi a la mitad de la misma descubrí que aquel universo llamado derecho era lo mío. O, mejor dicho, me di cuenta que yo podía adecuar ese universo a mis intereses, ilusiones, expectativas, deseos, dada la plasticidad y flexibilidad del derecho. Todo lo que leía fuera de las aulas universitarias, me gustaba más que aquellas clases monótonas de mis profesores (salvo excepciones) y, por una extraña coincidencia, esas lecturas estaban relacionadas al derecho: historia, filosofía, literatura, y un pequeño etcétera.
Y cuando terminé la carrera, me dije a mismo -casi con un tono a promesa- voy a dedicarme al estudio del derecho y las humanidades. La docencia era mi mejor alternativa. Luego, me puse a ver el tema de los frejoles (ganancias).
Creo que tuve que venirme hasta Chile para ejercer mi vocación y mi profesión (profesar como profesor). En Tacna el panorama no era estimulante. Era casi lo contrario: un mundo académico en donde docencia universitaria es una actividad secundaria; escazas bibliotecas, no solo de libros de derecho si no -también- de historia, literatura, y un pequeño etcétera.
Es verdad que gano poco, quizás me privo de muchos lujos, pero puedo vivir contento. Mis lujos son poquísimos pero gratificantes y placenteros: leer un buen libro; cocinar algo rico con lo más variado del mercado; beber una copa de vino tinto; pasear en bicicleta sin el menor apuro; conversar con mis amigos y amigas; y, ahora último, ir a bailar a una salsoteca (“La maestra vida”). Con estos pequeños lujos, hermana, el cuerpo y el alma siempre son felices.
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