"Una ruptura un tanto de lo cotidiano es una introducción a la fiesta".
R. Barthes
Los congresos estudiantiles
siempre han sido una buena instancia para actualizarse de lo que se viene discutiendo
en una determinada área del conocimiento. Al mismo tiempo, un congreso es la
excusa perfecta para hacer un viaje de turismo y para beber, bailar, en bares o
discotecas que difícilmente uno podría encontrar en su lugar de origen. Los
congresos sirven para todo; el mero hecho de viajar justifica la elección.
Pero también los congresos
académicos pueden ser instancias para legitimar un tipo de saber. Es decir, un
congreso puede convertirse en un mecanismo para legitimar discursos y prácticas
institucionalizadas, cuando debería ser todo lo contrario: ponerlas en cuestión.
No está demás decir que en cada congreso hay una estructura definida, en donde
se eligen “temas importantes o relevantes para la disciplina”. Y por si fuera
poco, se invita a connotados académicos para que puedan dar luces sobre dichos
temas, y éstos mientras vengan de lugares más alejados, mejor. Me pregunto, ¿a
quién le damos la palabra, y a quién la quitamos?, ¿qué temas tratamos, o sobre
quienes hablamos?
Esta descripción corresponde al congreso
promedio que abunda en el ambiente de la academia. Afortunadamente, hay otro
tipo de congresos, y éstos prefieren una denominación más simple y menos
ambiciosa: jornada, seminario, encuentro, taller, etcétera. Aquí las reglas se
alteran, y se eliminan formalismos innecesarios, y quizás con eso ya se hace mucho,
porque nos brinda la posibilidad de ver que otras instancias son posibles.
Acabo de participar a uno de
estos congresos. Me invitaron, sin anticiparme lo suficiente de la dinámica del
seminario (Felipe, organizador del seminario,solo me dijo: "queremos despeinar a la academia"). Cuando llegué había prácticamente una fiesta, y eso era apenas el coffee break. En las mesas de discusión
se prescindió de los títulos académicos con el propósito de hablar de tú a tú,
y no de “estimado doctor” a “estimado estudiante”. Hubo algunas cosas pequeñas
y curiosas como por ejemplo la presencia de una botella de pisco sour helada,
algo propicio para la tarde calurosa que se comienza a sentir por estos días en
Santiago.
Cuando me tocó intervenir, por
respeto al público evité leer la totalidad de mi trabajo. Sólo plantee el tema,
y las ideas centrales, para que a partir de ahí se tejiera un dialogo. Y vaya
que sí la hubo.
Los organizadores me comentaron
que organizar este seminario, con esta particular dinámica, fue prácticamente
arriesgarse. Arriesgarse de que viniera poco público, o que la respuesta del
público no sea la esperada. Pero ni lo uno ni lo otro ocurrió. Hubo mucha
concurrencia y amplia aceptación.
Ojalá hubieran más de este tipo
de seminarios, y así la academia estaría más relajada para pensar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario