miércoles, 10 de agosto de 2011

el por qué amo las protestas y los limones


Hasta ahora en el Gran Santiago sólo me gustaba el vino tinto, ya sea con la grata compañía de mis amigos y amigas en un asado o al contemplar el atardecer desde el octavo piso de mi departamento. Pero ahora me gustan las protestas y los limones.
Antes, en Perú, no había experimentado con tanta intensidad una movilización ciudadana (salvo en mi época de estudiante universitario en Tacna). Sentirse un perfecto desconocido o parte de un todo, es una experiencia que sólo te puede brindar una marcha o un concierto de rock.
En las marchas hay una heterogeneidad unida por una causa o muchas causas. Dentro de la marea están los sentimientos expresados en un cartel de hoja bond que puede decir: “estoy endeudado de por vida por mi educación”; está también el sonido de los tambores, mezcla de marcha o samba, y está también la danza de los grupos que bailan en medio de la marea.
Una marcha de protesta es una marea que copa, rebalsa, la calle. Marea compuesta por jóvenes, viejos, niños, adultos. Una marea perfecta, porque lo arrastra todo y lo bota todo. Arrastra emociones y sentimientos. Bota las diferencias y los prejuicios. Todos somos diferentes pero a la vez iguales, gracias a la marea.
Pero la marea puede chocar con muchas cosas, por ejemplo, con la Represión. Y es ahí -dicho en términos chilinensis- “queda la escoba”. Es decir, “la cagada”. ¿Qué haremos ante los gases lacrimógenos que ingresan por nuestras fosas nasales y luego va a nuestros pulmones que, dicho sea de paso, están lo suficientemente dañados por la contaminación de la ciudad como para que inhalar gas lacrimógenos? Limón, mi hermano; limón.


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