Hace varios años (2007) que en Santiago de Chile opera un sistema de transporte público acorde a una ciudad moderna. Sin embargo -conversando con la gente- la propuesta cuando se lanzó era extraordinaria, pero en la práctica resultó ser una pesadilla.
Es evidente que el Transantiago aún tiene falencias (frecuencia irregular de los recorridos de los buses; desconocimiento de las paradas por parte de los usuarios, etc.), pero ello –a mi parecer- no le quita su importancia y mejoramiento en este rubro a comparación de otras ciudades de América Latina (por ejemplo, Lima, en donde el transporte público es declarado en emergencia todos los años, por decir lo menos).
Para los Santiaguinos el Transantiago, aparte de no brindar un servicio de calidad, es caro. Entonces, ellos han optado por buscar alternativas a esta situación, y una de ellas ha sido el uso de la bicicleta.
La bicicleta -en general- ha sido vista desde diferentes puntos de vista. Por ejemplo, quien la usaba era sinónimo que no tenía plata para el pasaje. En otros casos, ha sido vista como un medio lúdico que solo debe ser usado en tiempos libres y en los parques cercanos a la casa. Pero, por otro lado, en Europa la bicicleta es un medio de transporte al igual que un auto, un bus, el metro, etc. y no sólo eso, se ha sabido aprovechar sus múltiples “bondades”: hacer ejercicio físico; ahorra tiempo y dinero; cuidar el medio ambiente, y desde luego que muchos habrán disfrutado un placer exquisito al peladear una subida o una bajada en la ciudad.
Qué duda cabe, los Santiaguinos hoy se movilizan en bicicleta de norte a sur, de sur a norte, de este a oeste, y viceversa. Muchos amigos me indican que esta práctica es reciente, o mejor dicho, fue gracias al Transantiago. Es decir, un problema siempre genera una solución, y en el presente caso fue la bicicleta. Antes de estar de piernas cruzadas muchos prefirieron peladear.
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