METRO EN HORA PUNTA
Son las ocho y media de la mañana, y me encuentro en la
estación de metro Baquedano. Mientras camino rumbo al andén para subir al tren,
veo que muchas personas no caminan, sino corren. La meta es lograr subir, a
como dé lugar, al tren.
Se abren las puertas del tren, y un río de gente sale. Después
de esto, un tsunami de gente entra con fuerza al tren. Una señora, de unos 70
años, dice: “estos no parecen humanos”. Yo intento hacer un comentario a la
señora, pero su rostro es ya una respuesta anticipada a lo que no alcanzo a
decir.
PARQUE FORESTAL
Las hojas de los árboles, por estas fechas en Santiago, no
son verdes sino más bien doradas. Pasear por el Parque Forestal es casi un
espectáculo. Corre una ligera corriente de viento, y junta a ellas cientos de
hojas la persiguen.
El sol más que un enemigo de verano, ahora es un adorno del
día que ofrece su grata compañía. Cuando las nubes toman por asalto el cielo,
el día comienza a hacerse corto, y de repente todos quieren irse a casa.
BIBLIOTECA DE PROVIDENCIA
La señora del aseo de la Biblioteca dice con cierto enojo: “los
chicos sólo vienen a comer a la biblioteca, ya no vienen a estudiar. Aquí duermen,
comen, tienen agua, baño, confort, toalla nova, electricidad… No les falta nada”.
Cierto. La biblioteca puede ser para algunos su segunda casa. Aparte de estudiar,
está también la conversa con los amigos; el fumarse un pucho cada cierto rato;
el almuerzo en la calle; el café de 400 pesos; la ensalada de frutas de 800 pesos que venden
en el mercado que esta a lado; la chica que aún no le hablas, pero que ya cruzaste más
de una mirada; las peleas por el ruido causado por alguien que –pequeño descuido-
olvidó apagar o poner en vibrador el celular; la dulce siestecita sobre la mesa,
(siempre y cuando no ronques, ya que la mínima bulla es detectada con facilidad
por los demás).
Estas, por ahora, son algunas pequeñas notas de Otoño.
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