Querido Primo:
Me acabo de cambiar
de casa. La anterior, como te conté, la compartía con cuatro personas, y los
conflictos siempre eran los mismos: ponernos de acuerdo para usar la ducha;
pelearnos por la cocina; los carretes (fiestas) durante la semana. Aunque debo
de precisar que esto último terminaba uniéndonos, y nos hacía olvidar las otras
dos cosas.
Ahora vivo en un
departamento para mí solo. Quién lo iba a pensar. Yo que siempre viví
acompañado de la familia y amigos, sean estos conocidos o desconocidos. La gran
ventaja de vivir solo es que nadie te hace levantar en la mañana, pero -al
mismo tiempo- la gran desventaja es que como nadie te despierta, puedes llegar
tarde al trabajo (me pasó la semana pasada, y ahora ya no me fio de los
despertadores).
Al acomodar mis
cosas en mi nuevo departamento fui sacando los libros y sin darme cuenta vi que
ya tengo algo de treinta y dos libros. Todos de literatura, excepto uno que es
de derecho. Una vez terminado esto, instalé el netbook en el escritorio. Todo
esto me hizo recordar a tu viaje a Córdoba, Argentina, hace siete años. Te ibas
–recuerdo- decidido a terminar tu novela. En tu maleta había solo dos cosas:
libros y una máquina de escribir. Necesitabas un espacio y, sobre todo, un
ambiente estimulante para escribir. Eso, Lima, no te lo ofrecía.
Recuerdo que no
duraste mucho tiempo en la Argentina, las dificultades económicas te hicieron
retornar, pero luego me confesaste que ésa no fue la razón, sino más bien fue
la nostalgia por el Perú lo que termino haciéndote cambiar de decisión.
En mi caso, no sé
si me vine a Santiago para escribir sobre el Perú, con la distancia y a la distancia
que uno necesita para escribir algunos recuerdos o historias. Tampoco sé si me
vine “a probar suerte”. (La suerte puede ser más una compañía que un norte).
Solo sé que me siento bien en Santiago. Me gusta sus árboles gigantes hechos de
cemento; el alboroto de su gente antes y después de salir del trabajo; el ruido
de sus calles y avenidas; sus peatonales: Ahumada, Estado y Huérfanos; el
hormiguero de autos cuando hay fines de semana largos (como el dieciocho de
septiembre); su atardecer de verano que parece que alguien hubiera derramado
una copa de vino en el cielo; su río Mapocho que más parece una vena sin el
cual el corazón de la ciudad no funciona; su cordillera; su vino. Lo único que
quizás no me gusta son las filas largas que uno tiene que hacer en los
supermercados. Esto aparte de desesperante, da la sensación de estar
secuestrado –en cierta forma- voluntariamente. Otra cosa que no me gustaba era
encontrar más cajeros automáticos que teléfonos públicos, hasta que abrí una
cuenta de banco y compré un celular.
Quizás quieras
saber más de Santiago, por ejemplo, cómo son los santiaguinos y las
santiaguinas (o cómo es el trato entre chilenos y peruanos), pero de eso ahora
no puedo comentarte, prefiero hacerlo en otra carta para así poder explayarme
más.
Un abrazo hermano!
2 comentarios:
me gusta como describes tu carta, aqui en lima no queda mucho por escribir , falta tiempo para plasmar pero hay tiempo para imaginar algo mejor no se si llegue más adelante o ahora mientras tanto hay q vivir y vivir lindo!! saludos desde la capital peruanca
Hola Yui, gracias por tus saludos. Pues se pueden decir muchas cosas de Lima, pero también inventar cosas de Lima. Me imagino que habrá cambiado mucho, y quedará poco de "Lima la horrible" (Salazar Bondy). Espero te animes a escribir sobre esa nueva Lima que ves.
Un gran abrazo.
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