Por estas fechas (fines de abril), la gente en Santiago ya
está sobre la marcha nuevamente (el trabajo, los hijos y la escuela, los
estudios universitarios, etc.) después de unas deliciosas y calurosas
vacaciones. Al mismo tiempo, por estas fechas, el clima en Santiago se vuelve
muy raro y a la vez inocente.
Digo raro porque muchos habrán notado –sin ánimos de
exagerar- que hasta hace dos semanas la gente podía andar con chalas y short o
una mini y un polito que muestra el ombligo. Esto, ahora, es imposible. Prueba de
ello es la lluvia del día de ayer.
Eran las 4:00 p.m. y yo me encontraba en la Biblioteca de la
universidad, preparando una clase que tenía a las 8:00 p.m. Cuando hice una
pausa para ir en busca de una taza de café, me di cuenta que estaba lloviendo. Hasta
ahí no me preocupe de nada, mejor dicho, preferí no pensar en ello hasta que
saliera de la Biblioteca. Y llegado el momento (apróx. 7:30 p.m.) me di con la
sorpresa que esa lluvia tan dulce que yo
veía desde los ventanales, ahora, no tenía un ápice de piedad en mojarme. Estaba
sin paraguas. Estaba perdido. No tenía otra opción que dirigirme en esas
condiciones hasta la estación de metro Los Héroes.
Una vez en clases, el frío estaba presente en mis pies y, también, en el rostro de mis alumnos. Tuvimos que hacer una pausa para ir en busca de café y poder continuar con las clases. Al terminar las clases ya había pasado la lluvia, y lo que hice apenas salí del recinto universitario fue ir en busca de un paraguas, por si volvía a llover.
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