Rey de los hidalgos, señor de los tristes,
que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón.
(...)
Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad...
(...)
Tú, para quien pocas fueron las victorias antiguas
y para quien clásicas glorias serían apenas de ley y razón,
soportas elogios, memorias, discursos,
resistes certámenes, tarjetas, concursos,
y, teniendo, a Orfeo, tienes a orfeón!
(...)
De tantas tristezas, de dolores tantos,
de los superhombres de Nietzsche,
de cantosáfonos, recetas que firma un doctor,
de las epidemias de horribles blasfemias
de las Academias,
líbranos, señor.
(...)
De rudos malsines,
falsos paladines,
y espíritus finos y blandos y ruines,
del hampa que sacia su canallocracia
con burlar la gloria, la vida, el honor,
del puñal con gracia,
¡líbranos, señor!
(...)
Autor: Ruben Darío
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