No era la primera ni la última vez que la volvía a ver. Con Natalia nos conocemos desde hace cinco años. Pero nunca habíamos conversado sobre nuestros gustos y disgustos, pero esta vez era algo diferente. La cita era en su casa, ella me invito a almorzar con su familia.
Me presento a su familia, comenzando por su abuelo Benjamín, un señor mayor pero con una lucidez juvenil. A Rosita, su tía, que es una persona especial. Aparentemente Rosa vive en su mundo interior, pero no es así, ella puede percibir el afecto de los demás y compartir su afecto. También me presento a su señora madre, a su hermana, a la empleada -que ahora no recuerdo el nombre-, y a Débora, la mascota de la familia.
Como usualmente me suele pasar no puedo comer y hablar al mismo tiempo. Es decir, me cuesta trabajo conciliar las dos cosas, y siempre termino eligiendo lo último (hablar); hasta que, como en este caso, la mamá de Natalia me dijo: “-Toma la sopa o se va enfriar…”.
Después del almuerzo nos pusimos a charlar de muchas cosas, pero tratamos de evitar en todo momento hablar sobre el Derecho (Natalia también está a punto de ser abogada), y uno de los motivos de mi viaje a lima también fue eso: olvidarme por unos días del Derecho.
Luego vendría lo mejor de la tarde: escuchar música. Natalia presionó play y salieron las letras y melodías de Jorge Drexler (Uruguay). A partir de ese momento yo sentía que ponía al tiempo en un colgador de ropa. Sí, porque cada instante lo comenzaba a vivir como algo diferente, único (tanto por la música y la compañía). La música es una de las pocas cosas que nos pueden trasladar o desterritorializar de un lugar a otro.
La tarde avanzaba, y esta vez era el turno de Astor Piazzolla con su libertango; no escuchamos más canciones de él, ya que para el momento caía muy serio. Natalia sugirió escuchar a Gardel, lo cual me sorprendió, ya que es difícil encontrar a una chica que le guste los tangos. Así es que escuchamos a Carlos Gardel y otra vez el tiempo dejaba de tener sentido entre nosotros.
Hubieron más cantantes en la lista de espera que no los escuchamos, quien sabe que ese sea otro motivo para otro encuentro, ya sea en Lima o en Tacna, aunque al final eso no es tan importante cuando hay buena música y una buena compañía como aquel último martes de abril limeño.
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