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Es el inicio de la primavera en
Iowa, y los árboles lucen sin hojas. Por si esto fuera poco el cielo está
nublado; pero igual es agradable dar un paseo por la tarde o tomar una taza de café
en la terraza de la casa. Tampoco es una mala idea visitar a un viejo amigo o a
un familiar querido.
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Ya no recuerdo la cantidad de viajes
que hice con Allison para visitar a Jennifer, su madre. Solo recuerdo el viaje
de dos horas y media por la highway. Algunas
veces con lluvia, otras veces con un sol a punto de ocultarse. Recuerdo las
paradas en la bomba de bencina para comprar café o soda, y una que otra comida
chatarra, para luego proseguir con el viaje.
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Fueron varios los viajes, tanto así
que recuerdo bien algunas paradas de descanso, puentes, tiendas comerciales, o
paisajes a lo lejos. La música que escuchábamos en el trayecto, también la recuerdo.
Era música rock de los ’70 y algo de country. A veces yo hablaba con Allison,
otras veces guardaba silencio, no porque no quería hablar, sino porque ese
callar era como una pausa en el viaje.
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Nos despedíamos de Jennifer siempre
con un abrazo. Debo decir que los últimos no eran meros abrazos, más bien era como
compartir calor para mantener una llama encendida entre los dos, mejor dicho,
entre todos. Pues no fueron pocas las personas que la visitaban aquellos meses
de marzo y abril.
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Y de pronto estamos de nuevo en la highway camino a Grimes para ver a
Jennifer. Esta vez la calma no nos acompaña. Es decir, solo queremos llegar
pronto al lugar donde esta Jennifer. Y ese silencio que antes era una pausa,
ahora se convierte en un caer sin tocar fondo. Hay una angustia que quiere
consumirnos. El sol cae para dar paso a la noche, pero nosotros debemos
imaginar que es de día porque algo se acerca o quizás algo se va.
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Ese sábado fuimos bien vestidos a
Anamosa, lugar donde se llevaría a cabo la misa. La familia había llegado con
la suficiente anticipación. Todos lucían elegantes, muchos con traje oscuro, y
también más de uno tenía una sonrisa al momento de saludar a los demás.
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Creo que la misa se desarrolló con normalidad.
No hubo gritos, ni gente desmayada, como podría ocurrir en otro lugar más lejano.
Más bien había una tranquilidad o una calma acompañada de tristeza y pena. Y de
pronto la música del piano nos envolvió, como si quisiera unir a todas las
personas presentes. Pienso que entre medio de ese “algo” que nos une está algo
de Jennifer. Todos tenemos algo de ella en ese momento. Imagino, más bien,
quiero imaginar, que ella desde algún lugar debe sentirse contenta porque fue ella
quien nos convocó este día, y no otro.
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Cuando el tiempo te acorrala es
poco lo que puedes hacer. Salvo que saques una fuerza extraordinaria para
permitirte tú mismo hacer las cosas que más te gustan, sin importar o sin tener
en cuenta el tiempo. Es como si tú inauguraras tu propio tiempo, tu propio río,
tu propio fuego, tu propio final. Eso vi en ti, “Mom Lowe”.