Nuestras vidas están llenas de aventuras. Sino no sería vida. Qué sentido tendría mirar las cosas de una sola manera cuando hay un sinnúmero de posibilidades de ver las cosas.
Estos últimos años, cinco en total, yo me había lanzado a la aventura intelectual. Digo aventura, porque no sabía en lo que me metía. La única forma de saberlo era aventurándome.
Hasta la fecha no sé porque decidí hacer una tesis ¿Para hacer algo diferente que los demás? ¿Para prolongar la manutención que me da mi padre? ¿Para aportar con algo al derecho? No lo sé. Sin embargo, hacer este trabajo -que dicho sea de paso falta sustentarlo- ha significado, entre otras cosas, mirarme a mi mismo. Lo que me gusta de esta aventura es disparar ideas; pero, también, hay que recibir o esquicar disparos (confieso que he salido herido más de una vez).
Siento que estoy con una profunda deuda con mis amigos/as, y quizás nunca podré pagarla. Lo digo porque a más de uno le falle cuando me buscó. Al inicio, acostumbrarme a decir “no” me costó muchísimo, pero al final terminó siendo algo deportivo, algo de todos los días: apagar el celular, descolgar el teléfono, mudarme de casa. También estoy en deuda con los amigos que supieron reorientar mi aventura, para no extraviarme, más de lo que ya estaba.
Recuerdo que una vez entré en una crisis terrible que me llevo a no salir de casa por buen tiempo, ya que cada vez que iba a la universidad o a otro lugar, alguien conocido me decía: ¿Y tu Tesis? ¿Cuándo la tendrás lista?... Y dentro de mi decía: “!$·$·%&&/())=¿?¿=)(&·$$” Pero ahora puedo decir otra cosa: "Ya la termine".